“La tarde cierra filas. A través
de la ventana del despacho veo esa cortina de niebla tan frecuente estos días
de febrero. Densa como una nube de arena flotando en el desierto parece haberse
encargado personalmente y en venganza de
aniquilar de golpe las luces de la calle para que no se vea nada. Si acaso es
que ocurriera algo allá afuera, no me interesa. Se escuchan lejanas voces saliendo
desde el parque. El vecino del 22 es la
tercera vez que llama con el claxon a su
mujer para que salga a abrirle la cochera y así no tener que bajarse del coche.
Qué poco me gusta ese tipo. Debe estar lloviendo apenas, débil txirimiri. Hoy
prescindiré de cena. El tiempo así supongo se me hará más corto, y alcanzaré
antes el momento deseado de meterme en la cama a dormir y terminar el día. Sigo
diez minutos más escribiendo el informe que me ocupa y por fin lo termino. Voy
apagando la calefacción del dormitorio,
lavándome los dientes, reviso el despertador para mañana. Miro por última vez
el buzón del e-mail en el móvil y apago la luz. No son ni las 10 de la noche.
Ni ganas de ver televisión, ni de retomar la lectura pendiente en la mesilla. Sin
nada mejor que hacer que rendirse en la almohada. Pienso en que tal vez me
abrace uno de esos sueños exóticos que a veces me sorprende, evocadores de un
mágico mundo de vapores dulces, donde poder perderme profundamente durante
varias horas. A ver si hubiera suerte. Cierro los ojos y me pregunto cómo
podría llegar hasta ellos… buceando, volando…
En ese intento estoy cuando suena
el teléfono. Apenas reconozco su amable voz abriéndose camino como puede entre
los acelerados y escandalosos latidos que me atacan desde el pecho. Sus
palabras suenan a la vez lejanísimas y dentro. Creo entender que acaba de
llegar a la ciudad y que me llama desde el aeropuerto. Hace más de 5 años que
no sé nada de él. Dice que está de paso. Que mañana a las 10 espera desayunar
conmigo en la cafetería del bulevar antiguo. Allí estaré sin faltar, con mi
mejor sonrisa. Tengo citada reunión a las 8. Habré de despacharla lo antes
posible, y cogeré un taxi si acaso, en lugar de ir andando, para apurar el
tiempo en la oficina si fuera necesario. De acuerdo. Allí nos vemos. Ok. Traéte
las maletas. Qué has dicho? Frené de golpe las cavilaciones. Un momento. Has
dicho las maletas? Si, Vanessa, nos vamos juntos. Acabo de sacar dos billetes
para Roma. Dudé una décima de segundo. Si, claro. Me dijiste que siempre estarías dispuesta, no?
Pues siempre ahora es mañana. A las 10, en el café. Nos vemos para no
perdernos. ”
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